"UN DEPORTE MELANCÓLICO"
No había previsto estas flores. Desde que llegué a la ciudad, jamás le presté atención a las casas que mantenían la flora por fuera de sus límites. Unas casas que guardaban artesanía, vida concienzuda, telares afirmados en grandes patios. Promesas de decoración. Recintos comprados seguramente por padres con profesión.
En ellos se puede ver la naturaleza, los sueños de ayer, las ruinosas intemperies de néctar. Puro entretenimiento de tener. Relojes inquebrantables, hamacas, perros abandonados, chico sin consuelo, viajes iracundos, monólogos, gallos y operas. Todo en términos triunfantes.
Existe un deporte melancólico, que se práctica en esferas herméticas. Conoce la palabra estrella en peticiones del pasado. Se sienta y lee. Ruge, crisantemo, cuerpo, tierra y sol, todo en la misma habitación. Todos bailando la canción de la amistad.
La señora y el señor, ambos son de aquella época bipolar, pertenecen al mundo de las claves, Rómulo quinto, pómulo, pulmón y mentón perfecto, grandes jardines y marihuana juvenil. Ruptura, ecología, vibración, canciones de cordura, con delicada mueca, sonrisa y recuerdo.
La señora y el señor pasean en torno a un lago. Van del brazo y se dicen secretos inéditos, ocupan palabras escondidas. Les dan a cada una una mordida y la ponen con sumo cuidado en las puertas del oído, un tubo directo al espíritu, un deporte melancólico.
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